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viernes, 17 de mayo de 2024

Pregón de San Torcuato 2024, por Carmen Hernández Montalbán.

 


Exmo. Sr. Obispo.

Ilmo Cabildo.

Excmos. Señores y señoras de la Corporación municipal.

Hermanos de la Cofradía de San Torcuato.

Queridos vecinos.

Agradezco la confianza depositada en mí para pronunciar este pregón en el día de nuestro Santo Patrón San Torcuato, figura cristiana que iluminó con su palabra la vida de los accitanos. Me honra y me abruma al mismo tiempo, pues es una gran responsabilidad la de expresar estas reflexiones en día tan solemne y significativo.

Decir Torcuato es decir Guadix, pues este nombre ha estado ligado a nuestra tierra desde hace dos milenios y, aunque la memoria de este santo varón y sus compañeros se haya perdido en la niebla de los siglos tantas veces, así mismo ha vuelto a brotar como las aguas de un venero subterráneo de estos pagos semidesérticos que nos circundan, porque la fe es una epifanía continua que trasciende al tiempo y al espacio.

Decir Torcuato es decir Guadix, pues decir Guadix es decir espíritu. Esta tierra de belleza conmovedora guarda la esencia de los miles de almas humanas que la han poblado a lo largo de la historia; desde la Acci invisible, pasando por la Iulia Gemella Acci, colonia romana que descubrió Torcuato hasta nuestros días. Reconocemos a Dios en la belleza, y así debió reconocerlo Torcuato al contemplar Guadix; un valle de amaneceres lunares; cicatriz de agua y arcilla, vega fértil, espejismo coronado por la nieve, donde la luz inicia, cada día, desde el alba al atardecer una danza fastuosa con los elementos.

Decir Torcuato es decir Guadix y decir Guadix es decir vida. Pues incluso en sus horas de decadencia se adivina la solera histórica, su efigie de ciudad antigua. Y al alejarnos de ella, todos los accitanos quedamos lacerados de melancolía, tal es la fuerza de su arraigo espiritual y telúrico.

Decir Torcuato es decir: el que porta el torques, el collar, adorno metálico que llevaban los guerreros más distinguidos de los pueblos del norte de Hispania. ¿No es acaso un collar de cárcavas insólitas lo que circunda nuestra ciudad? Torcado por la arcilla, Guadix es también un símil poético del nombre de nuestro patrón.

La noticia de los santos varones apostólicos nos llega a través de los manuscritos del siglo X, digno es de mención el titulado Vita Torquati et comitum (La vida de Torcuato y sus compañeros), que derivan de los martirologios y misales más antiguos del siglo VIII. Torcuato y sus seis compañeros: Tesifón, Indalecio, Segundo, Eufrasio, Cecilio y Esiquio, ordenados en Roma por los apóstoles San Pedro y San Pablo, son enviados a Hispania a predicar la fe cristiana. La población de Acci, como la de toda Hispania, formaba parte de los gentiles y rendían culto a los dioses paganos. Inspirados por Dios, los varones se dirigen a la ciudad de Acci, hoy Guadix a predicar la fe Cristiana. A corta distancia de la ciudad, se quedaron algunos a descansar mientras otros se acercaron para comprar víveres. El pueblo, que estaba en plena celebración de las fiestas a Mercurio, Júpiter y Juno les recibió con gran hostilidad y les persiguieron de forma tumultuosa. En la fuga, al cruzar el puente del río, este se derrumbó precipitándose en las aguas la muchedumbre de los perseguidores. Esta señal prodigiosa llamó la atención de una noble dama accitana conocida por el nombre de Luparia que los acogió en su casa y más tarde hizo construir a su costa una basílica destinada al culto cristiano, donde recibió las aguas del bautismo por Torcuato.

No menos prodigiosa es la continuación de la narración que relata la existencia de un olivo milagroso que cada uno de mayo, fecha en que se celebra la fiesta litúrgica de los Varones apostólicos, florecía y daba fruto en veinticuatro horas, se decía que estaba plantado sobre la tumba de un santo varón cristiano. El relato del olivo milagroso, su tradición, sobrevivió durante la dominación musulmana y existen crónicas islámicas desde el siglo XI que así lo atestiguan. Prueba de la devoción que la tumba de San Torcuato debió tener a lo largo del tiempo, es el proceso inquisitorial a un morisco llamado Bernardino Mençafí, de cuya familia nos queda una calle en Guadix: “Mensafíes”, fechado en 25 de mayo de 1578, en el cual declara que estando en el campo, cerca del lugar de San Torcuato se encontró con otro morisco, y preguntando sobre una sepultura cubierta con un montón de piedras donde aparecían unas lumbres que llamaban de San Torcuato, el morisco le dijo que aquel no era el sepulcro del santo, sino de un moro santo que allí murió. El relato del morisco y la afirmación final le valió la condena a seis años de galeras. El infortunado no había hecho sino repetir lo que el otro morisco le había contado. Este relato es la prueba de la existencia de una tumba venerada a lo largo de los siglos.

Aunque los historiadores modernos confluyen en considerar el relato en gran parte legendario, no son pocos los que defienden el núcleo de la narración como histórica.  La palabra leyenda procede del latín “legere”, lo que ha de leerse. La raíz de la palabra procede del indoeuropeo”leg”, que significa escoger y recoger. Esto implica la existencia de una trasmisión oral, de una tradición que habría de recogerse por su importancia. No en vano, los estudiosos están de acuerdo en la unanimidad y concordia de estos textos litúrgicos de tan distinta procedencia que les lleva a considerar una fuente común. Entre estas, sobre la venida de los santos cristianos, ocupa un lugar importante la Misa, oficio o himno de los Varones Apostólicos de la liturgia mozárabe que se remonta al siglo IX.

Las Actas del Concilio de Elvira, celebrado entre los años 300 a 302 de la era cristiana están firmadas en primer lugar por el Obispo Félix de Acci, la sede más antigua. Esta y toda la documentación que hasta el día de hoy se conserva en nuestro Archivo Histórico Diocesano, dan fe de una tradición cristiana que postula a la nuestra como la primera diócesis metropolitana de España.

Guadix guarda la memoria de Torcuato en su geografía y en su corazón. El lugar de su sepulcro sigue brillando con luz de santidad en Face Retama, cuyo significado es para unos “luz en la retama” y cuya traducción literal del latín es “hacer una red”. Dos mensajes que definen bien la idiosincrasia cristiana de este lugar. En los Evangelios, la luz simboliza Jesús y la verdad, mientras que las tinieblas simbolizan la carencia de fe y la inconsciencia: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan, 8:12). “Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.” (San Mateo 5,13-16). La luz está presente en los Evangelios constantemente para enseñarnos que la palabra de Dios es luz en la oscuridad. La red es el instrumento de trabajo con el cual los discípulos responden a la palabra de Jesús. Así, la red se convierte en símbolo de la tarea por el Reino de Dios: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron.” (Mateo 14: 19-24). La red podría representar la comunicación del evangelio a las multitudes sin distinciones.

Face Retama es un lugar santo y nuestra peregrinación a él significa emprender un camino espiritual hasta un lugar de retiro, pues es en soledad cuando nos encontramos con nosotros mismos. La Ermita de San Torcuato se levanta en medio de un paraje desértico, allí, en medio de esta zona esteparia quedó enterrado su cuerpo en los primeros tiempos del cristianismo hasta que en el siglo VII es llevado hasta Santa Comba de Bande y de ahí hasta Celanova más tarde. “Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor" (san Juan (1,6-8.19-28)). En el camino a Face Retama nuestros sentidos se embriagan con la visión de un paisaje Insólito que lleva escrita en sus rocas la historia de la evolución de nuestro planeta. La luz entre las cárcavas borda un encaje de oro a determinadas horas de la jornada. Al atardecer, cuando el sol desciende entre los cerros como una caracola antediluviana, la brisa arrastra un perfume intenso a tomillo que besa nuestro rostro cansado y sudoroso. Es en ese punto, cuando el canto de los pájaros se extingue y el silencio nos abruma. El silencio, qué necesario es el silencio para escuchar nuestra voz interior, pues es necesario primero encontrarnos con nosotros mismos para después ocuparnos abiertamente de nuestra relación con Dios. Así debieron entenderlo los numerosos peregrinos que han andado este camino hasta la que fue tumba de San Torcuato. Como así lo entendieron algunos de nuestros obispos cuando optaron por retirarse a este lugar largas temporadas como Fray García de Quijada en el, recién estrenado, S. XVII o Fray Juan de Montalbán a inicios del XVIII. Diego Raspeño, el biógrafo de este último deja constancia en la biografía: “Había experiencia, que este Religioso Prelado, así como al principio de los inviernos se agravaban más sus humores, y dolores, así saliendo a vivir a las Cuevas de san Torcuato, dos leguas de Guadix, en despoblado, donde hay iglesia, y Ermita donde está el Sepulcro del Santo, luego mejoraba; y así pasaba con algún alivio los inviernos. “.Face Retama, un alto en el camino de la vida y sus afanes para meditar, para desprendernos de esta rutina diaria que transcurre una velocidad insufrible en nuestros días; lugar de recogimiento y oración.

Peregrinar hasta allí es reencontrarnos con nuestra identidad cristiana y, hacerlo una semana antes de la fiesta grande del patrón es hacerlo con la alegría y carácter festivo de la romería, un encuentro para compartir, para sacar la imagen del santo de su ermita y llevarlo en andas seguido de las antorchas prendidas, como una cola de luciérnagas en la noche que se extiende en el firmamento donde, lejos de la contaminación lumínica, brillan las estrellas recordándonos nuestra pequeñez.

Con santa Luparia, renovamos nuestro bautismo como pueblo. Porque fue ella, una mujer, una noble dama, quien dio asilo a los santos varones. Fue Luparia, como numerosas mujeres en la historia del cristianismo, quien abrazó la religión cristiana desde sus comienzos, tomando parte activa en la tarea evangelizadora de la Iglesia. La importancia de la mujer es constatable en los Evangelios: la Samaritana, las hermanas de Lázaro, Marta y María, María Magdalena, quien estuvo presente en la crucifixión y la resurrección. Y en la historia de la Iglesia existieron numerosos los personajes femeninos contribuyeron a extender la palabra de Jesús. Cualquiera que tenga unos mínimos conocimientos de cristianismo habrá escuchado el término “Padres de la Iglesia”, pero con mucho menos frecuencia “Madres de la Iglesia”, sin embargo, en los primeros días del cristianismo las mujeres estaban a la vanguardia de la religión. Fueron mujeres fuertes como Luparia quienes convirtieron sus hogares a la nueva fe. Podemos nombrar hasta diez del cristianismo primitivo: Tecla la Apóstol que acompañó a San Pablo en sus viajes; Perpetua la Mártir que fue martirizada junto a su esclava Felícitas por no renunciar a la fe de Cristo; Amma Sinclética de Alejandría, una de las Madres del desierto más conocidas, precursoras de la vida monástica; Santa Marcela, amiga de la que después sería Santa Paula que mantuvo correspondencia con san Jerónimo y lo alentó a traducir la Biblia del hebreo al griego; Macrina la Joven, asceta cristiana que inspiró la obra de san Basilio el Grande y San Gregorio de Nisa;  Proba, considerada la primera mujer escritora cristiana que combinó los versos de Virgilio con temas bíblicos;; Melania la Mayor, otras de las Madres del desierto;  Eudocia, una de las escritoras más prolíficas de su tiempo conocida por su obra “El martirio de San Cipriano; y, finalmente, Egeria, viajera y escritora cristiana.

Pocos datos tenemos de Santa Luparia y la mayoría están tomados del Misal y Oficio gótico o mozárabe de San Isidoro de Sevilla según el cual Luparia era una ciudana que vivió en Acci (Guadix) cuando llegaron Torcuato y sus compañeros, pudo estar dedicada al comercio y formar parte de una colonia judía asentada en la ciudad y que posteriormente adquiriera la ciudadanía romana y cambiara su nombre al latino Luparia.

Sea como fuera, la tradición gallega y la accitana hablan de la existencia de esta mujer que construyó un baptisterio a su costa y fue bautizada por San Torcuato. Las primeras cristianas llevaron a cabo una importante misión apostólica y su fe fue destacada por San Pablo. Clemente de Alejandría describe el papel de estas cristianas, que ayudaban a los primeros Apóstoles y que eran las únicas que podían entrar en los gineceos, servir de intermediarias y llevar a esas estancias la doctrina liberadora del Señor.

Largo recorrido tiene la tradición de San Torcuato y los varones. Tanto es así que, tras la dominación musulmana, con la restauración de la Diócesis, algunos obispos se interesaron por la recuperación de la historia de San Torcuato, uno de ellos don Martín Pérez de Ayala, quien en su famoso sínodo incluye la fiesta de San Torcuato como fiesta de guardar. También Don Juan Alonso de Moscoso solicita a la Santa Sede la aprobación del oficio y misa que el prelado había elaborado en honor del santo para su celebración en Guadix e inició el proceso para la recuperación de las reliquias y su traslado desde Celanova. Hay constancia documental que don Juan de Orozco y Covarrubias, obispo con gran interés por las reliquias, tuvo noticias del hallazgo de unos Huesos en Las Cuevas de San Torcuato y los hizo traer y guardar en un arca con mucha veneración.

La cofradía de San Torcuato más antigua fue la de Fonelas, constituida en 1575. Además de la de Fonelas, existían otras dos en Guadix con motivo del retorno de las reliquias del santo a la ciudad: la Cofradía de San Torcuato y San Fandila de 1593, que acogía a la pequeña nobleza y otra más humilde, y la Cofradía de Nuestra Señora de Túnez y San Torcuato que centra su culto en el Santuario de Face Retama.

 

Las fiestas en honor a nuestro patrón a lo largo de los años, se han ido configurando como un hermoso tapiz de colores al llegar la primavera. La semana previa a la fiesta grande del patrón, una partida de peregrinos, se reúnen en la Puerta de San Torcuato para andar el camino hasta el Santuario Diocesano de Face Retama, donde se celebrará la Misa y la procesión nocturna de las antorchas. Todos los accitanos que han tenido la suerte de vivir esta experiencia, convendrán conmigo en el carácter espiritual y de comunión de la misma; pues la sencillez y humildad de la procesión nos retrotrae a los tiempos ancestrales del cristianismo. Cada penitente que porta una llama es un corazón iluminado por la fe que Torcuato prendió cuando nos anunció la palabra de Cristo. Se vive un sentimiento de arraigo y pertenencia a la Diócesis accitana y al pueblo de Dios. Y si acompaña a la comitiva el sonido dulce y melancólico de una gaita sabemos que el pueblo gallego, hermanado con Guadix por su devoción a San Torcuato, nos está lanzando un guiño y se une a nosotros en la celebración. Luego habrá tiempo de compartir, degustar las ricas y frescas habas de la vega y las tortas saladas y hoyadas de aceite alrededor del olivo legendario.

A la semana siguiente, el día quince de mayo, habrá Misa Pontifical en nuestra Santa y Apostólica Catedral; hermoso cofre arquitectónico inundado de luz que custodia las reliquias. Las cofradías de la ciudad guardarán el orden preceptivo establecido en el siglo XVI para acompañar la procesión y las niñas y niños, los mozos y mozas engalanados con el traje típico accitano bailarán como flores en honor al patrón, y entonarán el fandango tradicional, cuyo eco nos hará llorar de alegría y orgullo por ser de Guadix.

Vecinos y vecinas, hagamos de la fiesta de San Torcuato una ocasión para la hermandad, el acuerdo, la confluencia, la unión de fuerzas constructivas que sostengan nuestra vida como cristianos y como ciudadanos de una tierra de un valor y una riqueza milenaria. Aupemos nuestra ciudad con el impulso con que levantamos las andas de nuestro Patrón. ¡Viva San Torcuato! ¡Viva Guadix!

 


jueves, 9 de mayo de 2024

Don Manuel Anastasio Ayala Orozco y Odorica y su oración panegírica a San Torcuato, por Carmen Hernández Montalbán.




Rastreando documentos acerca de nuestro Santo Patrón, San Torcuato, en las vísperas de su fiesta, me encuentro con esta oración panegírica del siglo XVIII, equivalente a un pregón de nuestros días, ensalzando la figura del santo. Me ha llamado la atención, tanto la obra como el autor, don Manuel Anastasio Ayala Orozco y Odorica, Arcipreste y Chantre que fue de nuestra S. A. I. Catedral durante el pontificado del obispo Don Francisco Salgado, pues no tenía noticia de su existencia. 

Don Manuel pertenecía a una familia noble de Sevilla era tío paterno de Salvadora de Orozco, IV Marquesa de Zaudín y sucesora de su mayorazgo de Guadix. Entre las propiedades que componen este mayorazgo están: 

Propiedades en Guadix:

- una casa en la pila mayor de la Catedral de Guadix.

 - una huerta en la vega con tierras de secano y una cueva, corral y moreras.

Propiedades en Marchal:

 - 1 fanega de tierra llamada de los Calzoncillos.

 - 1 fanega de tierra frente al molino y acequia de Purullena.

 - 3 marjales de tierra de regadío en la Mairena.

 - 1 fanega en la rambla del tejar.

Propiedades en Beas de Granada:

 - 54 arrobas de hoja de moral.

 - 6 fanegas y 11 celemines de tierra calma de riego.

 - 7 fanegas, 2 celemines y 2 cuartillos de tierra de riego en la cañada de Gómez Vega.

 - 7 fanegas y 3 celemines, con pozo, que se llama la Solana.

 - 4 fanegas y 5 celemines en la cañada de Gómez Vega

- una haza de 3 fanegas de tierra calma junto a la Ermita de San Sebastián.

 - 3 fanegas de tierra con moreras en el pago de Chitrana.


El chantre, ordenó su testamento en Guadix ante el escribano del número José Durán y Ariza, el 12 de diciembre de 1755. En el mismo, funda un aniversario en la Catedral dotado de quince ducados cada año y mil misas por su alma. Su devoción a San Torcuato también se refleja en su testamento: En la manda número 28 dice así: 

"Item mando a la canilla del brazo de nuestro glorioso patrono Sr. San Torcuato que se venera en la dicha Sta. Iglesia Catedral, un anillo que tengo de oro con una piedra morada de amaranto para que se ponga en un dedo de la mano que tiene dicha reliquia.". 


Nuestro canónigo se deshace en elogios al santo patrón, San Torcuato y abunda en su origen hasta el punto de aventurarse a concretar el nombre de sus padres.

"Fue su ilustre cuna España, pero dudoso en ella la ciudad, o pueblo, que en su seno escondió, y crió tan preciosa margarita. Corrió por sus venas la sangre, que le dieron tan esclarecidos padres, Julio Nono Aspernates Consul Romano, y Adria, señora española novilísima..."