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jueves, 20 de abril de 2023

POETASENETAS, CRÍTICOS Y MERCADERES, por Carmen Hernández Montalbán.

 


Se acerca el Día del Libro y este año, ya prácticamente quitadas las legañas de la pandemia del Covid-19, comenzamos a organizar la gran fiesta: ferias, recitales, presentaciones, lecturas, firmas…, fastos pomposos alrededor de ese objeto prodigioso cuyo origen se retrotrae a la noche de los tiempos. Y lo que nació como un raro milagro y tuvo sus antecedentes en lo que no tiene forma: la palabra trasmitida oralmente, en nuestro siglo XXI ha alcanzado unas dimensiones desmesuradas.

El libro en papel, ciertamente, sigue manteniendo su apariencia misteriosa: es un objeto cerrado a modo de cofre que guarda entre sus páginas un mensaje que se anuncia con un título más o menos sugerente y una ilustración más o menos estética en la portada. Los editores e impresores las han ido reformulando a lo largo del tiempo; hay quien las prefieren de diseño sobrio, atendiendo a la máxima de “menos es más” (no siempre cierta), y quienes los convierten en verdaderas obras de arte. En el primer caso, el gancho está: o bien en el nombre del autor, reconocido o consagrado, o en el título; una palabra o frase con la suficiente fuerza o capacidad sugestiva para que el lector se deje subyugar. En el segundo, la fuerza iconográfica y plástica cobran protagonismo, y llegan a resultar irresistibles a la vista. Estos trucos comerciales son ciertamente efectivos.

Pero lo verdaderamente importante para el lector es no sentirse decepcionado con su elección, pues el contenido, el mensaje y la pericia en transmitirlo es lo que en verdad nos hace merecedores a los autores de su reconocimiento. Lo demás es HUMO.

Sin embargo, hoy día, como en muchas otras cosas, el mercado, ya sea en su vertiente material o intelectual, se adueña del fenómeno literario y desvirtúa su sentido más profundo. Porque también en esto de la literatura hay mucho intermediario. Por un lado los mal llamados editores que hoy en día han proliferado como la peste. Estos, que han puesto “ojo avizor” a tantísimo postulador a poeta o narrador, han advertido su oportunidad de lucrarse y ya no hacen distingos entre lo que es una buena historia o un buen poema. Si la obra tiene calidad o no es algo que los deja indiferentes a la gran mayoría. El beneficio económico prima en estos casos: si el autor tiene dinero para pagarse su edición o accede a hacerse cargo de un número de ejemplares a través de la venta en presentaciones, etc., los alumbran al mercado, si no, ya es “otro cantar”. Los autores, la mayoría de las veces, nos dejamos arrastrar por nuestro ego y caemos en sus redes. Cuando uno tiene poca experiencia en estos tejemanejes, se deja obnubilar por la posibilidad de ver su obra en letra impresa y se deja timar; algunos nos hemos sorprendido de que la editorial en cuestión ni siquiera emita un informe de la obra. Más tarde, cuando recibes la prueba de “galeradas” para revisar el texto, te das cuenta de que el supuesto editor no ha hecho una revisión seria de la obra y espera que tú mismo te corrijas y hagas su trabajo… Hay otras que prometen la promoción de tu libro y luego no mueven un dedo en ese sentido o recurren a fórmulas trilladas que tú mismo puedes realizar sin recurrir a ellos y pagarles encima.

Si hablamos de los intermediarios intelectuales, es decir: los críticos, agentes culturales, etc. Nos encontramos con los proxenetas que opinan, denostan, silencian, encumbran, sin un criterio objetivo, la mayoría de las veces, a los escritores. Se dejan mercadear por la política, el reconocimiento social, la frustración; ya que gran parte de ellos no tienen talento o nunca han escrito un poema. Estos se dejan llevar por las modas del momento, no se mojan con autores nuevos, premian a los ya premiados. Claro, así no se pillan los dedos… (A su parecer). Otorgan y obtienen dádivas del mundo político y editorial, en definitiva: “manejan el cotarro”.

Los escritores, especialmente aquellos que no somos muy conocidos, nos convertimos así en meretrices de todos ellos colmándolos de alabanzas, haciendo de satélites de sus noticias en redes sociales y sus opiniones, sintiéndonos marginados si no aparecemos en una antología o no participamos en un recital organizado por los “próceres”, publicando nuestras obras que en algunos casos adolecen de talento, calidad o no dicen nada, revistiendo el lenguaje de una pompa culterana que aburre a las ovejas… en una hemorragia de ego que deja fuera de juego a los verdaderos catalizadores: los lectores.

Si la literatura es el arte de la expresión escrita o hablada, si el ser escritor o poeta es algo más que encadenar frases o componer ripios…, es tener eso que se llama “duende”… y haberlo desarrollado y demostrado… ¿Para qué tanta pirotecnia y fuegos fatuos si será el lector, en su acto íntimo de lectura quién te asigne tu lugar?

viernes, 14 de abril de 2023

El médico accitano Melchor Marín Alférez, por Carmen Hernández Montalbán.

Entre los documentos que custodia el Archivo Universitario de Granada, se encuentra uno que llama mi atención por su antigüedad y relación con Guadix: el certificado de haber cursado la cátedra de Aforismos correspondiente a Melchor Marín Alférez, natural de Guadix, Granada. Don Melchor, era estudiante de Medicina y obtuvo su certificado en 1644, siendo Rector don Francisco de Lara. 

Según apunta el Dr. José Gutiérrez Galdó, en su artículo "La facultad de medicina de Granada en los siglos XVI y XVII", el día 26 de septiembre de 1533, se convoca por edictos públicos una Cátedra de Aforismos de Hipócrates, dotada con veinte ducados al año; dos años después de la fundación del Colegio Imperial de San Miguel por Carlos V, con Bula de Papa Clemente VII, dando lugar así a la Universidad de Granada. El mismo autor señala que en 1653, era profesor de dicha cátedra el Dr. D. Juan Abad. 

Hipócrates fue el fundador de la medicina clásica. El término aforismo fue utilizado por primera vez por Hipócrates como una serie de proposiciones relativas a los síntomas y al diagnóstico de enfermedades. Los aforismos de Hipócrates completan el Juramento Hipocrático, y todo ello, constituye la guía de la conducta médica. Han sido considerados durante mucho tiempo, y aún siguen siéndolo, “la Biblia de los médicos”.




La familia Marín Alférez era una familia oriunda de Baza de las élites moriscas. El doctor, según su partida de matrimonio, era hijo de Luis Marín Alférez y Mariana Salido, ella de Guadix. Los Salido ostentaron oficios de jurados, escribanos y regidores. Fueron hermanos de Melchor el Mercader don Diego Marín Alférez y el Jurado don Jerónimo Marín Alférez; de este último existe en el Archivo de la Universidad de Granada un documento que atestigua que cursó estudios de leyes.





El Dr. Melchor casó en la Parroquia de San Nicolás de Granada, en primeras nupcias con doña Gabriela León y Hermes en 1650. También doña Gabriela pertenecía a una familia de origen morisco, hija de don Juan de León y de doña Jerónima de Hermes. Pero este matrimonio no duró mucho y pronto, en 1668, contrae nuevas nupcias con doña Antonia de Chaves, hija de Isidro de Chávez e Isabel Enríquez, perteneciente también a las élites moriscas. Estos serían bisabuelos de los pintores granadinos Marín Chaves, de los que la Profesora de la Universidad de Granada, doña Ana Gómez Román, trata en un interesante artículo titulado: "Polifacetismo y productividad de los talleres familiares de pintura de Granada en el siglo XVIII".