Entre los numerosísimos documentos que se custodian en el
Archivo Histórico Diocesano de Guadix, en la sección de Audiencia Eclesiástica,
pleitos, se halla el que debajo trascribo (una parte) con ortografía actualizada
para una mejor comprensión.
Lo singular de esta pieza, es que se trata de un pleito de 1618, en el
que se defienden los derechos legítimos de una joven monja que fue obligada a
profesar siendo una niña. Que además pertenecía a la casa de una familia
poderosa: los Barradas, señores del conocido Palacio de Peñaflor. Siendo Don
Fernando de Barradas y Figueroa, hermano del Maestre de Campo Don Lope de
Figueroa.
Otra singularidad del documento es que se trata de la hija de
una esclava morisca de la familia. Esta circunstancia no es extraña, dado que
era muy común que las esclavas tuvieran hijos, muchos de ellos de los propios
amos. Pero ¿quién era realmente María de
San Torcuato para ser depositada en un convento del que don Fernando de
Barradas era patrono? Este asunto me hizo recordar una clausula del testamento
de don Lope de Figueroa en el que se dice:
“Item
en cada año se den a Doña Jerónima, mi hija que está en la Concepción del
monasterio de Guadix treinta ducados mientras viviere.”
No hay
constancia de que Don Lope de Figueroa llegara a casarse, y en su testamento no
se cita ninguna viuda. ¿Era doña Jerónima la monja María de San Torcuato, hija
de don Lope? ¿Por qué la obligó a profesar don Fernando, heredero del anterior?
Son algunos de
los interrogantes que me hago…, tal vez llevando mi imaginación muy lejos de la verdad, pero no podemos saberlo de momento.
Encabezamiento: Mª de San Torcuato a las monjas, en la ciudad
de Guadix a veinte días del mes de septiembre de mil seiscientos diez y ocho
años. María de San Torcuato monja en el Convento de la Concepción de esta
ciudad […]
“Cristóbal Marsal, en nombre de María de San Torcuato, monja
en esta ciudad, en aquella vía y forma que mejor haya lugar de derecho, demando
ante VSª [Vuestra Señoría] a la Abadesa y monjas del dicho convento y permiso necesario
digo que siendo mi parte niña de poca edad que aun no tenía diez años, don
Fernando de Barradas y Figueroa, patrono del dicho monasterio y convento para
Sargenta contra su voluntad y consentimiento por no poderlo tener ni aun uso de
razón y llegado el tiempo de la profesión de mi parte, aunque la reclamó y
contra el dicho Fernando de Barradas, la obligó y forzó a que hiciese la dicha
profesión con grandes amenazas que le hizo diciendo que, por haber mi parte
nacido en su casa de una morisca esclava suya, si no hacía la dicha profesión
la había de volver a su casa y encerrarla como a su esclava y servirse de ella
teniéndola por tal, de cuya causa y de ser como era el dicho don Fernando de
Barradas de los caballeros más poderosos que se hallaron en aquel tiempo en
esta República y de terrible condición y tal que cualesquiera amenazas ponía en
[…] con este justo miedo que podía mover cualquier mujer constante, hizo mi
parte su profesión en la cual y antes y después de ella la reclamó y descubrió
su ánimo, que fue de no hacerla. Y así luego que murió el dicho don Fernando de
Barradas, reclamó mi parte su profesión por haber sido ninguna y trató de
intentar pleito como ahora lo hace. Porque pido y suplico a Vuestra Señoría que
habida por cierta esta relación haga a mi parte entero cumplimiento de
justicia, dando por ninguna y de ningún valor y efecto la dicha profesión,
declarando a mi parte por mujer libre y no sujeta a religión, condenando a la
Abadesa y monjas del dicho convento a que dejen salir del libremente a mi parte
y le vuelvan e restituyan y entreguen todos y cualesquier bienes que llevó al
dicho convento y pareciere ser suyos, proveyendo en todo como más convenga a la
justicia de mi parte […]”
Por supuesto que no me parece bien que se fuerce a una mujer ni a nadie, pero creo que esto hay que verlo desde la perspectiva de la distancia y de la historia.
ResponderEliminarEran otros tiempos y la vida era de otra manera.
Desde luego, Roberto.
ResponderEliminarMuy interesante, Carmen. Aquí tienes un buen argumento para iniciar una nueva novela. Ya sabemos cómo don Lope tenía amantes en todas las esquinas.
ResponderEliminarQue dureza la de aquel tiempo para las mujeres, pensar por ellas, decidir por ellas, cuanto dolor infligido a fuerza del poder del más fuerte.
ResponderEliminarSí Isabel, cuanto más injusta es una sociedad, más vulnerables son las mujeres...
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