Exmo. Sr. Obispo.
Ilmo Cabildo.
Excmos. Señores y señoras de la
Corporación municipal.
Hermanos de la Cofradía de San
Torcuato.
Queridos vecinos.
Agradezco la confianza depositada en
mí para pronunciar este pregón en el día de nuestro Santo Patrón San Torcuato,
figura cristiana que iluminó con su palabra la vida de los accitanos. Me honra
y me abruma al mismo tiempo, pues es una gran responsabilidad la de expresar
estas reflexiones en día tan solemne y significativo.
Decir Torcuato es decir Guadix, pues
este nombre ha estado ligado a nuestra tierra desde hace dos milenios y, aunque
la memoria de este santo varón y sus compañeros se haya perdido en la niebla de
los siglos tantas veces, así mismo ha vuelto a brotar como las aguas de un
venero subterráneo de estos pagos semidesérticos que nos circundan, porque la
fe es una epifanía continua que trasciende al tiempo y al espacio.
Decir Torcuato es decir Guadix, pues
decir Guadix es decir espíritu. Esta tierra de belleza conmovedora guarda la
esencia de los miles de almas humanas que la han poblado a lo largo de la
historia; desde la Acci invisible, pasando por la Iulia Gemella Acci, colonia
romana que descubrió Torcuato hasta nuestros días. Reconocemos a Dios en la
belleza, y así debió reconocerlo Torcuato al contemplar Guadix; un valle de
amaneceres lunares; cicatriz de agua y arcilla, vega fértil, espejismo coronado
por la nieve, donde la luz inicia, cada día, desde el alba al atardecer una
danza fastuosa con los elementos.
Decir Torcuato es decir Guadix y
decir Guadix es decir vida. Pues incluso en sus horas de decadencia se adivina
la solera histórica, su efigie de ciudad antigua. Y al alejarnos de ella, todos
los accitanos quedamos lacerados de melancolía, tal es la fuerza de su arraigo
espiritual y telúrico.
Decir Torcuato es decir: el que porta
el torques, el collar, adorno metálico que llevaban los guerreros más
distinguidos de los pueblos del norte de Hispania. ¿No es acaso un collar de
cárcavas insólitas lo que circunda nuestra ciudad? Torcado por la arcilla,
Guadix es también un símil poético del nombre de nuestro patrón.
La noticia de los santos varones
apostólicos nos llega a través de los manuscritos del siglo X, digno es de
mención el titulado Vita Torquati et
comitum (La vida de Torcuato y sus compañeros), que derivan de los
martirologios y misales más antiguos del siglo VIII. Torcuato y sus seis
compañeros: Tesifón, Indalecio, Segundo, Eufrasio, Cecilio y Esiquio, ordenados
en Roma por los apóstoles San Pedro y San Pablo, son enviados a Hispania a
predicar la fe cristiana. La población de Acci, como la de toda Hispania,
formaba parte de los gentiles y rendían culto a los dioses paganos. Inspirados
por Dios, los varones se dirigen a la ciudad de Acci, hoy Guadix a predicar la
fe Cristiana. A corta distancia de la ciudad, se quedaron algunos a descansar
mientras otros se acercaron para comprar víveres. El pueblo, que estaba en
plena celebración de las fiestas a Mercurio, Júpiter y Juno les recibió con
gran hostilidad y les persiguieron de forma tumultuosa. En la fuga, al cruzar
el puente del río, este se derrumbó precipitándose en las aguas la muchedumbre
de los perseguidores. Esta señal prodigiosa llamó la atención de una noble dama
accitana conocida por el nombre de Luparia que los acogió en su casa y más
tarde hizo construir a su costa una basílica destinada al culto cristiano,
donde recibió las aguas del bautismo por Torcuato.
No menos prodigiosa es la
continuación de la narración que relata la existencia de un olivo milagroso que
cada uno de mayo, fecha en que se celebra la fiesta litúrgica de los Varones
apostólicos, florecía y daba fruto en veinticuatro horas, se decía que estaba
plantado sobre la tumba de un santo varón cristiano. El relato del olivo
milagroso, su tradición, sobrevivió durante la dominación musulmana y existen crónicas islámicas desde el siglo XI que así lo
atestiguan. Prueba de la devoción que la tumba de San Torcuato debió tener a lo
largo del tiempo, es el proceso inquisitorial a un
morisco llamado Bernardino Mençafí, de cuya familia nos queda una calle en
Guadix: “Mensafíes”, fechado en 25 de mayo de 1578, en el cual declara que
estando en el campo, cerca del lugar de San Torcuato se encontró con otro
morisco, y preguntando sobre una sepultura cubierta con un montón de piedras
donde aparecían unas lumbres que llamaban de San Torcuato, el morisco le dijo
que aquel no era el sepulcro del santo, sino de un moro santo que allí murió.
El relato del morisco y la afirmación final le valió la condena a seis años de
galeras. El infortunado no había hecho sino repetir lo que el otro morisco le
había contado. Este relato es la prueba de la existencia de una tumba venerada
a lo largo de los siglos.
Aunque los historiadores modernos
confluyen en considerar el relato en gran parte legendario, no son pocos los
que defienden el núcleo de la narración como histórica. La palabra leyenda procede del latín “legere”,
lo que ha de leerse. La raíz de la palabra procede del indoeuropeo”leg”, que
significa escoger y recoger. Esto implica la existencia de una trasmisión oral,
de una tradición que habría de recogerse por su importancia. No en vano, los
estudiosos están de acuerdo en la unanimidad y concordia de estos textos
litúrgicos de tan distinta procedencia que les lleva a considerar una fuente
común. Entre estas, sobre la venida de los santos cristianos, ocupa un lugar
importante la Misa, oficio o himno de los Varones Apostólicos de la liturgia
mozárabe que se remonta al siglo IX.
Las Actas del Concilio de Elvira,
celebrado entre los años 300 a 302 de la era cristiana están firmadas en primer
lugar por el Obispo Félix de Acci, la sede más antigua. Esta y toda la documentación
que hasta el día de hoy se conserva en nuestro Archivo Histórico Diocesano, dan
fe de una tradición cristiana que postula a la nuestra como la primera diócesis
metropolitana de España.
Guadix guarda la memoria de Torcuato
en su geografía y en su corazón. El lugar de su sepulcro sigue brillando con
luz de santidad en Face Retama, cuyo significado es para unos “luz en la
retama” y cuya traducción literal del latín es “hacer una red”. Dos mensajes
que definen bien la idiosincrasia cristiana de este lugar. En los Evangelios, la
luz simboliza Jesús y la verdad, mientras que las tinieblas simbolizan la
carencia de fe y la inconsciencia: “Yo
soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá
la luz de la vida” (Juan, 8:12). “Vosotros sois la luz del mundo. No se puede
ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una
lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y
que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para
que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el
cielo.” (San Mateo 5,13-16). La luz está presente en los Evangelios
constantemente para enseñarnos que la palabra de Dios es luz en la oscuridad. La
red es el instrumento de trabajo con el cual los discípulos responden a la
palabra de Jesús. Así, la red se convierte en símbolo de la tarea por el Reino
de Dios: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces,
dejando al instante las redes, le siguieron.” (Mateo 14: 19-24). La red podría
representar la comunicación del evangelio a las multitudes sin distinciones.
Face Retama es un lugar santo y
nuestra peregrinación a él significa emprender un camino espiritual hasta un
lugar de retiro, pues es en soledad cuando nos encontramos con nosotros mismos.
La Ermita de San Torcuato se levanta en medio de un paraje desértico, allí, en
medio de esta zona esteparia quedó enterrado su cuerpo en los primeros tiempos
del cristianismo hasta que en el siglo VII es llevado hasta Santa Comba de
Bande y de ahí hasta Celanova más tarde. “Yo soy la voz que grita en el
desierto: Allanad el camino del Señor" (san Juan (1,6-8.19-28)). En el
camino a Face Retama nuestros sentidos se embriagan con la visión de un paisaje
Insólito que lleva escrita en sus rocas la historia de la evolución de nuestro
planeta. La luz entre las cárcavas borda un encaje de oro a determinadas horas
de la jornada. Al atardecer, cuando el sol desciende entre los cerros como una
caracola antediluviana, la brisa arrastra un perfume intenso a tomillo que besa
nuestro rostro cansado y sudoroso. Es en ese punto, cuando el canto de los
pájaros se extingue y el silencio nos abruma. El silencio, qué necesario es el
silencio para escuchar nuestra voz interior, pues es necesario primero
encontrarnos con nosotros mismos para después ocuparnos abiertamente de nuestra
relación con Dios. Así debieron entenderlo los numerosos peregrinos que han
andado este camino hasta la que fue tumba de San Torcuato. Como así lo
entendieron algunos de nuestros obispos cuando optaron por retirarse a este
lugar largas temporadas como Fray García de Quijada en el, recién estrenado, S.
XVII o Fray Juan de Montalbán a inicios del XVIII. Diego Raspeño, el biógrafo
de este último deja constancia en la biografía: “Había experiencia, que este Religioso Prelado, así como al principio
de los inviernos se agravaban más sus humores, y dolores, así saliendo a vivir
a las Cuevas de san Torcuato, dos leguas de Guadix, en despoblado, donde hay
iglesia, y Ermita donde está el Sepulcro del Santo, luego mejoraba; y así
pasaba con algún alivio los inviernos. “.Face Retama, un alto en el camino
de la vida y sus afanes para meditar, para desprendernos de esta rutina diaria
que transcurre una velocidad insufrible en nuestros días; lugar de recogimiento
y oración.
Peregrinar hasta allí es
reencontrarnos con nuestra identidad cristiana y, hacerlo una semana antes de
la fiesta grande del patrón es hacerlo con la alegría y carácter festivo de la
romería, un encuentro para compartir, para sacar la imagen del santo de su ermita
y llevarlo en andas seguido de las antorchas prendidas, como una cola de
luciérnagas en la noche que se extiende en el firmamento donde, lejos de la
contaminación lumínica, brillan las estrellas recordándonos nuestra pequeñez.
Con santa Luparia, renovamos nuestro
bautismo como pueblo. Porque fue ella, una mujer, una noble dama, quien dio
asilo a los santos varones. Fue Luparia, como numerosas mujeres en la historia
del cristianismo, quien abrazó la religión cristiana desde sus comienzos,
tomando parte activa en la tarea evangelizadora de la Iglesia. La importancia
de la mujer es constatable en los Evangelios: la Samaritana, las hermanas de
Lázaro, Marta y María, María Magdalena, quien estuvo presente en la crucifixión
y la resurrección. Y en la historia de la Iglesia existieron numerosos los
personajes femeninos contribuyeron a extender la palabra de Jesús. Cualquiera
que tenga unos mínimos conocimientos de cristianismo habrá escuchado el término
“Padres de la Iglesia”, pero con mucho menos frecuencia “Madres de la Iglesia”,
sin embargo, en los primeros días del cristianismo las mujeres estaban a la
vanguardia de la religión. Fueron mujeres fuertes como Luparia quienes
convirtieron sus hogares a la nueva fe. Podemos nombrar hasta diez del
cristianismo primitivo: Tecla la Apóstol que acompañó a San Pablo en sus
viajes; Perpetua la Mártir que fue martirizada junto a su esclava Felícitas por
no renunciar a la fe de Cristo; Amma Sinclética de Alejandría, una de las
Madres del desierto más conocidas, precursoras de la vida monástica; Santa
Marcela, amiga de la que después sería Santa Paula que mantuvo correspondencia
con san Jerónimo y lo
alentó a traducir la Biblia del hebreo al griego; Macrina la Joven, asceta
cristiana que inspiró la obra de san Basilio el Grande y San Gregorio de Nisa; Proba, considerada la primera mujer escritora
cristiana que combinó los versos de Virgilio con temas bíblicos;; Melania la
Mayor, otras de las Madres del desierto; Eudocia, una de las escritoras más prolíficas
de su tiempo conocida por su obra “El martirio de San Cipriano; y, finalmente, Egeria,
viajera y escritora cristiana.
Pocos datos tenemos de Santa Luparia
y la mayoría están tomados del Misal y Oficio gótico o mozárabe de San Isidoro
de Sevilla según el cual Luparia era una ciudana que vivió en Acci (Guadix)
cuando llegaron Torcuato y sus compañeros, pudo estar dedicada al comercio y
formar parte de una colonia judía asentada en la ciudad y que posteriormente
adquiriera la ciudadanía romana y cambiara su nombre al latino Luparia.
Sea como fuera, la tradición gallega
y la accitana hablan de la existencia de esta mujer que construyó un
baptisterio a su costa y fue bautizada por San Torcuato. Las primeras cristianas
llevaron a cabo una importante misión apostólica y su fe fue destacada por San
Pablo. Clemente de Alejandría describe el papel de estas cristianas, que
ayudaban a los primeros Apóstoles y que eran las únicas que podían entrar en
los gineceos, servir de intermediarias y llevar a esas estancias la doctrina
liberadora del Señor.
Largo recorrido tiene la tradición de
San Torcuato y los varones. Tanto es así que, tras la dominación musulmana, con
la restauración de la Diócesis, algunos obispos se interesaron por la
recuperación de la historia de San Torcuato, uno de ellos don Martín Pérez de
Ayala, quien en su famoso sínodo incluye la fiesta de San Torcuato como fiesta
de guardar. También Don Juan Alonso de Moscoso solicita a la Santa Sede la
aprobación del oficio y misa que el prelado había elaborado en honor del santo
para su celebración en Guadix e inició el proceso para la recuperación de las
reliquias y su traslado desde Celanova. Hay constancia documental que don Juan
de Orozco y Covarrubias, obispo con gran interés por las reliquias, tuvo
noticias del hallazgo de unos Huesos en Las Cuevas de San Torcuato y los hizo
traer y guardar en un arca con mucha veneración.
La cofradía de San Torcuato más
antigua fue la de Fonelas, constituida en 1575. Además de la de Fonelas,
existían otras dos en Guadix con motivo del retorno de las reliquias del santo
a la ciudad: la Cofradía de San Torcuato y San Fandila de 1593, que acogía a la
pequeña nobleza y otra más humilde, y la Cofradía de Nuestra Señora de Túnez y
San Torcuato que centra su culto en el Santuario de Face Retama.
Las fiestas en honor a nuestro patrón
a lo largo de los años, se han ido configurando como un hermoso tapiz de
colores al llegar la primavera. La semana previa a la fiesta grande del patrón,
una partida de peregrinos, se reúnen en la Puerta de San Torcuato para andar el
camino hasta el Santuario Diocesano de Face Retama, donde se celebrará la Misa
y la procesión nocturna de las antorchas. Todos los accitanos que han tenido la
suerte de vivir esta experiencia, convendrán conmigo en el carácter espiritual
y de comunión de la misma; pues la sencillez y humildad de la procesión nos
retrotrae a los tiempos ancestrales del cristianismo. Cada penitente que porta
una llama es un corazón iluminado por la fe que Torcuato prendió cuando nos
anunció la palabra de Cristo. Se vive un sentimiento de arraigo y pertenencia a
la Diócesis accitana y al pueblo de Dios. Y si acompaña a la comitiva el sonido
dulce y melancólico de una gaita sabemos que el pueblo gallego, hermanado con
Guadix por su devoción a San Torcuato, nos está lanzando un guiño y se une a
nosotros en la celebración. Luego habrá tiempo de compartir, degustar las ricas
y frescas habas de la vega y las tortas saladas y hoyadas de aceite alrededor
del olivo legendario.
A la semana siguiente, el día quince
de mayo, habrá Misa Pontifical en nuestra Santa y Apostólica Catedral; hermoso
cofre arquitectónico inundado de luz que custodia las reliquias. Las cofradías
de la ciudad guardarán el orden preceptivo establecido en el siglo XVI para
acompañar la procesión y las niñas y niños, los mozos y mozas engalanados con
el traje típico accitano bailarán como flores en honor al patrón, y entonarán
el fandango tradicional, cuyo eco nos hará llorar de alegría y orgullo por ser
de Guadix.
Vecinos y vecinas, hagamos de la
fiesta de San Torcuato una ocasión para la hermandad, el acuerdo, la
confluencia, la unión de fuerzas constructivas que sostengan nuestra vida como
cristianos y como ciudadanos de una tierra de un valor y una riqueza milenaria.
Aupemos nuestra ciudad con el impulso con que levantamos las andas de nuestro
Patrón. ¡Viva San Torcuato! ¡Viva Guadix!